sábado, 29 de agosto de 2015

Piedra

Cuando una se ata sola a una piedra es muy difícil soltarse después. Una se encariña con la piedra, le tiene pena por ser tan dura, tan gris y tan pesada. Le apena que no pueda moverse por sí sola, que no pueda sentir una brisa de otoño en la cara, que no pueda observar una puesta de sol.
Una se encariña con la piedra y la arrastra. A una le salen cayos en las manos, destroza el camino que venía haciendo por arrastrarla. A una se le debilitan las rodillas y se reduce su capacidad pulmonar. Se le cansan los brazos. Pero no, no queremos desatarnos de esa piedra.
No, no queremos dejar a la piedra sola... ¿Qué haría la piedra sin nosotras?

No me importa. Por fin me desaté de la piedra. Al fin Puedo caminar erguida, con la cabeza en alto. Ya no me duelen las piernas del cansancio ni me salen cayos en las manos por tirar de la soga que unía a la piedra y a mí. Al fin dejé que la piedra haga su vida. Si quiere llenarse de moho, por estar estancada, que lo haga sola. Yo elijo seguir adelante. 


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